Por una sociedad más justa, solidaria e igualitaria


Sí.

Han sido audaces las decisiones de revocar la Ley de educación y del Plan Hidrológico Nacional de la política del anterior gobierno, así como la retirada de Irak nada más asumir su presidencia Zapatero, seguidas de los avances en materias como el revisionismo histórico de la ley de la Memoria Histórica, la educación para la ciudadanía, el matrimonio homosexual o los proyectos sobre el aborto.


Pero el proyecto que mejor representa a la sociedad más justa, solidaria e igualitaria que con su gobierno hemos alcanzado, ha sido, sin duda, el de la adhesión al Proyecto Gran Simio.

Lo que importa es el partido


Es apabullante la capacidad
que el partido en el gobierno tiene para convencer a una amplia ciudadanía —que los votó y votará— de las bondades de sus principios aunque nada tengan que ver con la realidad, como lo demuestran una y otra vez los hechos.

Son tan firmes los principios ideológicos que guían a los dirigentes
del PSOE, que la misma Leire Pajín, secretaria de organización de este partido, en el encuentro en la Escuela Jaime Vera del día 9 de julio, no dudó en afirmar:

«La anterior fue la legislatura de los derechos civiles. Ésta debe ser la legislatura de la revolución del modelo económico. Y hay que ser ambiciosos y valientes, aunque a veces no nos entiendan».

Fueron los que votaron a su partido los que al parecer entendieron la promesa de
pleno empleo que Zapatero lanzó en la campaña electoral de 2008. ¿Los seguirán entendiendo apenas dos años después, con los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) de este segundo trimestre describiendo un casi 18% de índice de paro? Y eso que lo peor está por llegar, como reconoce hasta el secretario general de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo —tras culpar, eso sí, a la patronal del fracaso del diálogo social.

En ese mismo encuentro de
la Escuela Jaime Vera, las declaraciones más clarividentes fueron las de Eduardo Madina, secretario general del Grupo Parlamentario en el Congreso. Tras indicar que «es el tiempo de las ideologías, más que nunca» aseguró que no veía tan mal posicionada a la izquierda ni en el debate sobre la globalización, ni sobre el futuro económico, ni sobre la ampliación de derechos, «entre otras cosas, porque nosotros tenemos la ventaja de que no nos pesan ni dioses, ni banderas ni religiones».

Que a la casta política socialdemócrata española no le pesan ni la bandera ni la religión ni la economía ni la Nación Política Española, lo demuestra por activa y por pasiva su líder Zapatero instaurando un régimen de adelgazamiento del Estado que ya presenta síntomas de anorexia competencial al aplicarle las nuevas fórmulas de financiación autonómica. Con su acción de gobierno se siente tan libre de ataduras
«reaccionarias y patrióticas» que hasta se permite enviar al Ministro de Exteriores de visita oficial al peñón de los monos.

En la ideología de estos guías del progreso lo que de verdad importa y
pesa es el partido. ¿Acaso no es el PSOE «la única fuerza política capaz de vertebrar y cohesionar España» y de «liderar una nueva dirección en Europa en la que pongan a la gente y a los trabajadores como prioridad?»

30 años de Carta Magna


6 de diciembre de 2008, día de la Constitución.

Si la Carta Magna lo único que ha conseguido es engendrar el insostenible bodrio de las «nacionalidades», capacitándolas para desarrollarse como naciones políticas, esas «comunidades históricas» que las respectivas castas políticas dirigentes manejan a su antojo (para colmo, se disfrazan de víctimas) y hasta son capaces, como ocurre en Cataluña, de implantar el apartheid contra la lengua española y sus hablantes, habría que preguntarse, entonces, qué es lo que se conmemora en esta fecha si prescindiésemos del grandilocuente «camino de la libertad».

Puestos a celebrar algo, por qué no la incorporación de España al Mercado Común Europeo, la plataforma material que hecho posible el ejercicio de las verdaderas libertades en nuestra órbita económica y que nos son otras que las de poder consumir más, disponer de una mayor capacidad para elegir entre la ingente cantidad de productos y servicios que el mercado pletórico ofrece. Como jamás nuestros antepasados soñaron.

Hasta donde nuestro crédito (y la crisis) lo permita, claro, que las diferencias adquisitivas entre los demócratas consumidores existen y no son pocas. De las que hay en entre los votos que se depositan en las urnas electorales, dependiendo del terruño donde se ejerza el «libre albedrío», mejor no hablar. Y las otras libertades que tanto pregonan, pura cháchara, retórica.

Es el mercado, estúpidos. La democracia es ésto.

Juez de muertos


Impactante noticia la que protagonizó la semana pasada, en plena crisis económica, el juez Baltasar Garzón, la gran estrella de la Justicia Universal del Estado de Derecho de España:

Garzón está dispuesto a identificar a los «desaparecidos a partir del 17 de julio de 1936 como consecuencia directa del denominado Alzamiento Nacional, la Guerra Civil y la posguerra bajo mandato del nuevo régimen franquista».

Como ha informado oportunamente algún medio impreso, el régimen franquista, por iniciativa del propio dictador, también ordenó la Causa General para «catalogar y denunciar los delitos cometidos por los partidarios de la República», en 1940.

Sesenta y ocho años después, ¿quién se acordaba ya de los homenajes del Generalísimo a los caídos?

La clase política del régimen de la socialdemocracia coronada que el año pasado aprobó la Ley de la Memoria Histórica, «por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura».

Con el impulso de la investigación penal que inicia Garzón, conseguirán elaborar un listado con todos los nombres de las personas enterradas en el Valle de los Caídos, las sepultadas en fosas comunes y los muertos en combate en aquella contienda, para formar un ejército de difuntos que gane, por fin, la guerra perdida. Con la victoria moral y judicial, el pasado les pertenecerá para siempre.

Y es que en la ficción jurídica del denominado «Estado de Derecho» que vivimos todo es posible.

No hay más que repasar las noticias que se produjeron poco antes, en el mes de agosto, el mes en el que salió en libertad el asesino convicto y confeso Juana Chaos, el asesino que mató a veinticinco personas y apenas llegó a cumplir ocho meses por cada asesinato que cometió. Y al que ya habían rehabilitado como persona cuando declaró estar «a favor del proceso de paz».

El mes en el que también se concedió un permiso para salir de la cárcel a la racista asesina Elena Beloki, con unos pocos meses cumplidos, para que pudiese seguir un tratamiento de fertilidad. Al parecer, se pretendía con ello garantizar «unas condiciones psicológicas adecuadas» a la individua que ha dedicado gran parte de su vida a sembrar el miedo entre la población no nacionalista como destacada «miembra» dirigente de la organización terrorista filonazi vasca.

Hay que citar de paso, aunque parezca pintoresco comparado con los casos anteriores, el permiso de cuatro días concedido al «chorizo» leguleyo Rodríguez Menéndez, entre cuyos delitos en su haber alguno guarda relación con las cloacas de Interior de hace unos años. A Rodríguez le conceden el permiso por razones de «arraigo familiar». Lo aprovecha para largarse con viento fresco, no sin antes tramitar su pasaporte como cualquier honrado ciudadano.

Es lo que ocurre en el país con el sistema penal y jurídico más vanguardista de los países del mundo mundial considerados de Estado de Derecho.

Algunas de las víctimas de Juana Chaos decían el pasado dos de agosto, en una cita de protesta, que se sentían recluidas en una cárcel invisible con sentimientos de «ahogo», de «tener los pies y las manos atados», de llevar encima una «condena perpetua de dolor y rabia»El Mundo, 3 de agosto de 2008). (

Una de ellas también dijo: «Si esto es la democracia, ¡vaya mierda de democracia!»

Pues eso.

Igualdad metafísica


Hace dos semana ha sido noticia destacada y tema de opinión de muchos comentaristas de prensa y radio la intervención estrella de la ministra de igualdad Bibiana Aído en el Congreso y sus declaraciones posteriores para salir al paso de las críticas que suscitó.

Hay que empezar diciendo que las ideas de la ministra, todo eso de la «nueva masculinidad», «el nuevo modelo de sociedad», «la superación de la sociedad patriarcal», etcétera, no son originales, se encuentran fácilmente en el mercado político progresista. Es moneda común de la corrección política. Podrían formar parte del guión de una película del decadente realizador canadiense Denys Arcand.

La ministra de Igualdad no ha dicho nada que resulte incoherente con su ideología, que no es otra que la que profesa la izquierda parlamentaria española, heredada del «pensamiento del 68». El proyecto político de una parte significativa de la burguesía y la clase media que se hizo de izquierdas para iniciar la «revolución permisiva en las costumbres y el sexo». A partir de entonces, la guillotina y las revoluciones sangrientas pasaron a ser cosa del pasado. El presente y futuro político es el de «la imaginación al poder».

Y es que hay que tener mucha imaginación para creer que el contenido ideológico que inspira la Ley de Identidad de Género —«el hombre, por el hecho de ser hombre, maltrata y asesina a la mujer por el hecho de ser mujer»— no contradice la Igualdad que se defiende desde la democracia armónica de manual de EpC en la que parece vivir la ministra, cuyos «déficits» como éste que se nos presenta clasificado con la etiqueta ideológica de «violencia de género» pueden, según ella, corregirse a partir de «nuevos modelos» semánticos y jurídicos.

Pero por mucha ley Integral contra la Violencia de Género y demás discriminaciones positivas que se quieran inventar, la realidad de nuestro sistema democrático (sobre el que se pretende institucionalizar la Igualdad en términos absolutos creando un ministerio para tal fin) convierten las iniciativas reformadoras de Bibiana Aído en puro artificio.

Porque obvian la discriminación que supone para las víctimas el que a los maltratadores asesinos, lo mismo que a otros abyectos delincuentes (violadores y pederastas o terroristas), se les conceda la garantía de rehabilitarse, de «curarse», de cumplir condena temporal y volver a ser personas en la sociedad civil, otorgándoles la ventaja ilegítima de las acciones criminales ejercidas sobre ellas.

La víctima, que comparte su condición con los familiares y seres queridos, lo es también porque nadie lo evitó. Y si perdió la vida nadie podrá devolvérsela, y si sobrevive ya nadie conseguirá hacer desaparecer las secuelas físicas y psicológicas de la violencia padecida, por mucho consuelo y ayuda de los especialistas de turno que reciba.